El Talcigüin de las piruetas
Por: Gabriela Martínez
Durante el Lunes Santo, cuando
el reloj marca las 9 de la mañana y al repicar las campanas de la iglesia
católica San Esteban, en Texistepeque, Santa Ana, salen de ella unos hombres
endiablados, entusiasmados por quitar los pecados a toda persona que se
encuentre en el parque Miguel Menéndez y sus alrededores, portan un látigo en
su mano derecha y visten de rojo, azotan a toda persona que se les cruce en su
camino, ellos son los Talcigüines.
Los Talcigüines buscan a
Jesús de Nazaret para confrontarse con él y así representar la escena bíblica
de las tentaciones que Jesucristo recibió en el desierto. Es una representación
del triunfo que tiene el bien sobre el mal.
Los Talcigüines es una
ceremonia que data desde 1935 como iniciativa del texiano Urbano Cubas. Actualmente,
es Patrimonio Cultural Inmaterial de El Salvador, según decreto n°689, emitido
por la Asamblea Legislativa el día martes 24 de febrero del presente año.
Durante la actividad, un joven
se viste del Hijo de Dios y porta una campanilla y una cruz, da tres vueltas
sobre las principales calles del municipio y al llegar a cada esquina observa
hacia los puntos cardinales, demostrando que el mal puede aparecer de cualquier
lugar.
Jesús derrota a cada
demonio, que caen al suelo uno a uno frente a la iglesia, luego este pasa sobre
ellos como una señal de triunfo, finalmente da varios campanillazos fuertes,
los Talcigüines se levantan y salen corriendo hacia la iglesia.
El último de los Talcigüines
en caer frente a Jesús es Juan Antonio Pérez, un texiano de 44 años de edad, es
conocido como “el Talcigüin de las piruetas”, por la audacia de su
participación en esta tradición.
El interés de Pérez por esta
tradición nace a sus 18 años de edad, asistía a los ensayos de Talcigüin con su
hermano mayor (Pedro Pérez), desde esa edad él practicaba y tuvo el privilegio
de formar parte de los Talcigüines sin cumplir con los requisitos necesarios: colaborar
como judío durante 5 años en las diferentes actividades en Semana Santa.
“Disfruto mucho ser
Talcigüin, por las piruetas que hago durante mi presentación”, mostrando sus
zapatos y con un gesto jocoso relata cómo le surgió esa idea. “Fue un accidente,
ya que siempre que me voy a lanzar al suelo mojo mi ropa, para apaciguar un
poco el calor, pero ese día los zapatos se me pusieron lisos y cuando inicié el
enfrentamiento con Walter Salguero (quien representa a Jesús) resbalé y caí,
serví de payasito, pero traté de disimular y fue así como se me ocurrió hacer
piruetas”.
Desde ese día su actuación
es admirada por todos, crea sus propios pasos y es su momento de diversión. “Es
la experiencia más grande y la que más disfruto”, dijo haciendo una pequeña
demostración.
Sin embargo, en sus 26 años de
ser Talcigúin ha tenido otras experiencias, en una ocasión estaba jugueteando
con un joven y al momento de darle el latigazo se agachó y le golpeó el ojo. “Yo
vi que le hizo así (se tapa el ojo derecho), me sentí mal y me disculpé con él,
fue un accidente, el chamaco fue comprensible y no dijo nada, a pesar de tener
el ojo puro chile”. Cada año el joven distingue a Juan, de entre los demás
Talcigüines, por los accesorios que usa: una cadena en su cintura y guantes,
siempre lo saluda y en ocasiones lo invita a una bebida fría.
Para muchos ser Talcigúin es
algo divertido, pero para Juan, más que disfrutar azotando a las personas, es
un sacrificio que realiza año con año. “En ocasiones sufro quemaduras (señalando
sus rodillas y estómago), porque si no nos mojamos la ropa nos quemamos debido
a lo caliente del suelo”.